El abuelo salió temprano, de madrugada.
Llevaba bastón, boina y una ligera maleta.
Después de una larga ausencia volvía a su casa, donde
vivían sus hijos y su nieto. Pasar la montaña no había sido nada fácil.
Le acompañaban la soledad y los trinos de los pájaros.
La vegetación rodeaba el vasto paisaje. Un riachuelo con una pequeña cascada bajaba de la montaña.
Se sentó sobre una piedra, comió y sació su hambre.
Llegó a una llanura. A lo lejos se divisaba una casa,
la que siempre fue del abuelo.
Al acercarse a ella, le invadió la emoción.
Una criatura de ocho años, flequillo en la frente y
con tirantes, alzaba las manos gritando: "¡Abuelo... Abuelo... Abuelo... Abuelo!".
Era lo que el abuelo oía: una voz pueril y lejana.
El nieto, con lágrimas de emoción, abrazó y besó a su abuelo.
Agarrados de la mano caminaron hacia lo lejos, donde
se divisaba la casa.
Los padres, en el dintel de la puerta, esperaban la llegada.
¡Qué reconfortante y agradable es convivir con amor! Abuelo, hijos y nieto: todos en uno.
5 comentarios:
Qué emotivo!!!, me has hecho llorar.
Es bonitooo hasta el final.
Abrazote utópico, Irma.-
La imagen de una abuelo junto a su nieto es una de las más bonitas que se pueden ver.
Magnífica entrada.
Abrazo!
Afortunados los abuelos que se sienten queridos.
Me encantó leer.
Un abrazo.
Un ocaso de paz y amor
Mas no se puede pedir
Cariños
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