
Hace poco me llevé una alegría en un cóctel que se celebraba en la universidad ESIC, en Pozuelo de Alarcón. Estando con un grupo de amigos, se acercó una persona al grupo y poniendo su mano sobre mis espaldas comentó:
- Esta persona que veis aquí, fue la que me enseñó a leer y a escribir.
Me cayó de sorpresa que, después de haber transcurrido tanto tiempo, alguien me recordar momentos felices de mi juventud. Eso me hizo recordar algunos episodios.
En una ocasión, al comenzar la clase por la tarde, se acercó uno de los padres con su hijo y, mostrando cierta emoción, me dijo:

- ¡No sabe lo contento que estamos mi mujer y yo, con tener a nuestro hijo en el colegio! Estábamos en la comida y en una de las pausas se le ocurrió decir al chico: “Y la tierra tiene dos movimientos: uno de rotación, y otro de traslación”. ¡No puede imaginarse - me decía- el intercambio de miradas entre mi mujer y yo! Me hizo pensar en aquel momento lo que muchas veces hemos oído: “que los chicos son como cera blanda, que tienen un fuerte don de asimilación”.
Este detalle aumentó la fuerza en mi trabajo y me hizo prestar especial atención a esos niños, futuros hombres del mañana. Los años transcurridos en esta experiencia fueron muy positivos y salí del centro con verdadera vocación de educador. Sin embargo, la vida me llevó por otros caminos. En realidad, me quedé con pena de no seguir con esta labor.