El primer peldaño de la escalera que me esperaba subir fue en el año 3, agarrado de la mano con el 4. Mi madre, en el sufrimiento de su parto y, en la oscuridad de mi alojamiento, me estaba preparando para ver la luz primera. Ese mismo día por la noche el hermano menor de mi madre con 14 años, embarcaba desde Melilla al Seminario de los PP. Reparadores, que siguen teniendo en Puente la Reina, (Navarra).
Esto ocurrió en un mes de noviembre, cuando Sagitario paseaba con el 2 junto al 8; es decir, tal día como hoy hace setenta y seis años.
Actualmente me encuentro en este escalón, el número 76, y mirando hacia abajo observo (como si fueran cabecillas de alfileres) a otros peregrinos ataviados de sus pertenencias que van subiendo escalones como si del Camino de Santiago se tratara. En realidad es que todos vamos al mismo sitio pero no a Santiago, sino a la Casa del Padre. Cuando se ha caminado mucho, los últimos escalones son más arduos, con más escollos; son escalones resbaladizos y el pie se tambalea, hay piedras, maleza... Las dos piernas están pidiendo a gritos un tercer apoyo, y no se trata de un bordón de peregrino, sino de un bastón de anciano.
Un día, tarde o temprano, todos debemos llegar al final de la escalera. Lo que hemos vivido mientras hemos ido subiendo poco a poco la escalera será el premio de nuestros esfuerzos: toda una vida llena de sinsabores, adversidades pero, ante todo, de buenos momentos.
"He combatido con valor, he concluído la carrera, he guardado la fe. Nada me resta sino aguardar la corona". (San Pablo)