Una vez estuve en Abanqueiro, en el concejo de Boiro (La Coruña). Estuve varios días por esa zona y saqué tiempo para todo. Un día, la familia de uno de los alumnos del colegio, me llevó en su barca, llamada “Cala boca” para estar en su batea o mejillonera.¡Qué panorama más original observar esos flotantes criaderos, que desde lejos te imaginas barcas!
El último día, me acuerdo muy bien, fue la fiesta de Santiago. Esta familia se pegó un madrugón y empezaron a sacar mejillones a trochemoche al tiempo que seleccionaban los más buenos para cargar el Citröen Dyanne 6, mi coche. Calcularon demasiado bien, de tal forma que lo llenaron hasta reventar.
Nada más terminar, después de tomar un cafelito”familiar”, me despedí y… ¡al volante! Había un olor, que hacía imaginar que estabas en una marisquería.
A las 11 de la mañana, tomé el camino hacia Venta de baños. Debido al peso, el vehículo no quedaba recto: los faros miraban hacia el cielo.
Por tierras de León tuve que repostar. El encargado de servirme la gasolina, observando que la boca del depósito estaba muy baja, dijo:
- ¡Caballero, este coche va de culo!
Yo sabía desde el principio que iba con exceso de peso, pero ¿cómo iba a renunciar a tan valiosa carga?
Durante el viaje, pensé que no saldría bien, pues recordaba el dicho: “La avaricia rompe el saco”. Pero me equivoqué. Llegué de noche, felizmente, sin que ningún agente me interviniera.
Algunas veces tenemos a nuestro lado un “angelito” que nos protege y no nos damos cuenta.
El último día, me acuerdo muy bien, fue la fiesta de Santiago. Esta familia se pegó un madrugón y empezaron a sacar mejillones a trochemoche al tiempo que seleccionaban los más buenos para cargar el Citröen Dyanne 6, mi coche. Calcularon demasiado bien, de tal forma que lo llenaron hasta reventar.
Nada más terminar, después de tomar un cafelito”familiar”, me despedí y… ¡al volante! Había un olor, que hacía imaginar que estabas en una marisquería.
A las 11 de la mañana, tomé el camino hacia Venta de baños. Debido al peso, el vehículo no quedaba recto: los faros miraban hacia el cielo.
Por tierras de León tuve que repostar. El encargado de servirme la gasolina, observando que la boca del depósito estaba muy baja, dijo:
- ¡Caballero, este coche va de culo!
Yo sabía desde el principio que iba con exceso de peso, pero ¿cómo iba a renunciar a tan valiosa carga?
Durante el viaje, pensé que no saldría bien, pues recordaba el dicho: “La avaricia rompe el saco”. Pero me equivoqué. Llegué de noche, felizmente, sin que ningún agente me interviniera.
Algunas veces tenemos a nuestro lado un “angelito” que nos protege y no nos damos cuenta.