Desde hace unos meses me encuentro con otra familia diferente a la que ya tengo. Son aproximadamente 18 horas semanales dedicado a ella. Estoy rodeado de personas: pacientes, doctora, enfermeros/as, auxiliares, conductores de ambulancia... Ha entrado en mi cuerpo una enfermedad ya claramente detectada (insuficiencia renal). Estoy en hemodiálisis. Los que padecemos esta enfermedad sabemos lo que significa esta situación y que salpica notablemente a los familiares y amigos.
En el recinto predomina el silencio, la resignación, la paciencia, el sueño, el descanso. El ordenador portátil y el tablet son unos buenos recursos para esta circunstancia. De vez en cuando, algún forofo del Real Madrid y otro del Barça intercambian, de una forma jocosa, pareceres, fallos y aciertos, poniendo así una nota de humor y de alegría en el ambiente.
Los sanitarios desarrollan su trabajo con un trato delicado, con amor y entrega. Vigilan el estado general de salud, controlan el peso, la presión arterial, la temperatura corporal y te conectan a la máquina durante tres horas y media o cuatro.
El lamentarse de esta situación no conduce a ningún sitio: más bien entristece y nos mortifica. En cambio, aquel paciente que hace de su vida un juego, que se cuida y acepta lo que le ha tocado vivir, tiene un recorrido agradable y digno de mención. En realidad, el saber que estas sesiones, aunque “pesadas”, son una condición indispensable para vivir hace que las aceptes a pesar de todo.
“Hay que estar agradecidos con las personas que nos hacen felices. Son los encantadores jardineros que hacen florecer nuestras almas”
Marcel Proust