El jueves día 21 llegamos al hospital de Alcorcón y fuimos a recepción para pedir una silla de ruedas. Una azafata nos esperaba. Cuando hubo un grupo considerable de personas, comenzó a nombrar. Éramos unos 20, casi todas mayores. Formamos una comitiva con la azafata al frente y realizamos un desplazamiento, como si fuese un tour turístico por los largos y anchos pasillos del hospital. Dos sillas de ruedas cerraban el grupo: una de ellas era la mía. Llegados a la 2ª planta, la azafata empezó a distribuir al personal. Me tocó una habitación con vista panorámica: un gran ventanal ocupaba toda la pared exterior. La vía del tren quedaba bastante retirada del edificio.¡Cuánto hubiera disfrutado viendo detrás de la vía unas verdes montañas o un ancho mar! Pero nada de eso. Sólo veía edificios y más edificios. Puse los pies en el suelo y dejé de soñar.
-¡Ojo!- me dije -¡Estoy aquí para operarme, no de vacaciones!
-¡Ojo!- me dije -¡Estoy aquí para operarme, no de vacaciones!

Llegó el momento de la cena. Aquí, en este punto, no me valió la poesía. Debo ser realista. Me ofrecieron, como a todos, ¡comida de enfermos!
Mi compañero, madrileño de 84 años, llevaba 18 días hospitalizado porque tenía una infección. Había sido taxista. Yo estaba sorprendido porque oía a las enfermeras que unas veces le llamaban Pedro y otras Pablo. Para salir de mis dudas, solos en la noche, le pregunté sobre el tema y me contestó:
Mi madre quería llamarme Pedro y mi madrina, Pablo. El cura del pueblo queriendo contentar a las dos partes y acordándose de la sabiduría del Rey Salomón dijo:
-Se llamará Pedro Pablo.
Llegó el día señalado. Habían avisado que hacia las 12 me operarían. Efectivamente sobre esa hora aproximadamente vino el celador para llevarme a la planta baja, dirección quirófano. En la habitación, antes de bajar, había estado rodeado de mis familiares.
Me llevaron al quirófano. Me sentaron y con la cabeza hacia abajo me pusieron la epidural en el final de la espalda. No es nada agradable, por cierto.
Después me tumbaron hacia el lado derecho, pues iban a intervenirme la cadera izquierda. Me pusieron unos topes a cada lado para evitar que me moviese. Después, me colocaron como un telón para que no pudiese ver nada: sólo veía los gorros verdes de los cirujanos. Cuando vieron que la anestesia ya había hecho su efecto, comenzaron la operación. Oí unos martillazos y ruidos extraños, como si de un serrucho o una escofina de carpintero se tratara. Me recordaron a los golpes que oía de pequeño cuando mi padre trabajaba en su taller. También de vez en cuando me movían como pretendiendo encajar alguna pieza. Como no te permiten tener el reloj, no pude ver el tiempo que duró la intervención, aunque calculo que unas dos horas.
Después de la operación el cirujano salió a comunicar a la familia que había salido bien.
Lo que vino después fue peor: estuve en observación unas horas, sin poder moverme y con un dolor en la espalada espantoso. Me subieron a la habitación a las siete de la tarde y allí me esperaba mi familia. Esa noche fue la peor.
Ayer me dieron el alta y, aunque tengo que hacer una serie de ejercicios y tener cuidado con los movimientos, estoy bien.
Quiero daros las gracias por todos vuestros comentarios de ánimo y apoyo.
Mi compañero, madrileño de 84 años, llevaba 18 días hospitalizado porque tenía una infección. Había sido taxista. Yo estaba sorprendido porque oía a las enfermeras que unas veces le llamaban Pedro y otras Pablo. Para salir de mis dudas, solos en la noche, le pregunté sobre el tema y me contestó:
Mi madre quería llamarme Pedro y mi madrina, Pablo. El cura del pueblo queriendo contentar a las dos partes y acordándose de la sabiduría del Rey Salomón dijo:
-Se llamará Pedro Pablo.
Llegó el día señalado. Habían avisado que hacia las 12 me operarían. Efectivamente sobre esa hora aproximadamente vino el celador para llevarme a la planta baja, dirección quirófano. En la habitación, antes de bajar, había estado rodeado de mis familiares.
Me llevaron al quirófano. Me sentaron y con la cabeza hacia abajo me pusieron la epidural en el final de la espalda. No es nada agradable, por cierto.
Después me tumbaron hacia el lado derecho, pues iban a intervenirme la cadera izquierda. Me pusieron unos topes a cada lado para evitar que me moviese. Después, me colocaron como un telón para que no pudiese ver nada: sólo veía los gorros verdes de los cirujanos. Cuando vieron que la anestesia ya había hecho su efecto, comenzaron la operación. Oí unos martillazos y ruidos extraños, como si de un serrucho o una escofina de carpintero se tratara. Me recordaron a los golpes que oía de pequeño cuando mi padre trabajaba en su taller. También de vez en cuando me movían como pretendiendo encajar alguna pieza. Como no te permiten tener el reloj, no pude ver el tiempo que duró la intervención, aunque calculo que unas dos horas.

Después de la operación el cirujano salió a comunicar a la familia que había salido bien.
Lo que vino después fue peor: estuve en observación unas horas, sin poder moverme y con un dolor en la espalada espantoso. Me subieron a la habitación a las siete de la tarde y allí me esperaba mi familia. Esa noche fue la peor.
Ayer me dieron el alta y, aunque tengo que hacer una serie de ejercicios y tener cuidado con los movimientos, estoy bien.
Quiero daros las gracias por todos vuestros comentarios de ánimo y apoyo.
Amigos blogueros, ¡a caminar!