
“Cuando el barco comienza a deslizarse
el muelle ya no cuenta en el diseño
las despedidas son casi irreales
los pañuelos se pierden en el tiempo”
M. Benedetti
Estoy leyendo y saboreando paulatinamente las poesías del poeta uruguayo y me vienen a la memoria momentos de mi juventud, cuando al terminar las vacaciones en Melilla, debía de volver a la Península.
Un grupo de familiares y amigos en el muelle, abrazos, feliz viaje, que te vaya bien, lo que se suele decir en estos casos, deseándome lo mejor.
Con mi maleta de madera, fabricada por mi padre, subo las escalerillas del barco; al terminar de subir, levanto mi brazo en señal de saludo. Me viene al olfato el olor típico a barco.
Bien trajeado, me atiende el recepcionista, comprueba el billete y me lleva al camarote. Dejo la maleta en el sitio correspondiente y salgo a la cubierta, para ver a mi grupo. Los veo tan cercanos que todavía podemos hablarnos y oirnos. El saludo y la sonrisa nuevamente. Suena la sirena del barco anunciando la salida. Otra vez el saludo.
El barco, poco a poco, comienza a alejarse del muelle; cada vez aumenta la distancia, Veo que algunos sacan el pañuelo: yo también saco el mío intercambiando la despedida. Llega el momento en que sólo veo un grupo difuminado y unas cabezas diminutas como si fueran cabezas de alfileres.
Un compañero de los del grupo ha llevado su moto al muelle y, como está oscureciendo, enciende y apaga las luces en señal de despedida. Esto fue lo último que puedo ver. ¡Las ráfagas de luz de la moto!
Ese día no pude evitar unas lágrimas pensando en que tendrían que pasar cuatro
años para volver a ver a mis familiares y seres queridos.
¡Qué reales y qué tristes son estas despedidas en barco!
El blues de la distancia llega y parte
me deja dos baladas y un deseo...
el muelle ya no cuenta en el diseño
las despedidas son casi irreales
los pañuelos se pierden en el tiempo”
M. Benedetti
Estoy leyendo y saboreando paulatinamente las poesías del poeta uruguayo y me vienen a la memoria momentos de mi juventud, cuando al terminar las vacaciones en Melilla, debía de volver a la Península.
Un grupo de familiares y amigos en el muelle, abrazos, feliz viaje, que te vaya bien, lo que se suele decir en estos casos, deseándome lo mejor.
Con mi maleta de madera, fabricada por mi padre, subo las escalerillas del barco; al terminar de subir, levanto mi brazo en señal de saludo. Me viene al olfato el olor típico a barco.
Bien trajeado, me atiende el recepcionista, comprueba el billete y me lleva al camarote. Dejo la maleta en el sitio correspondiente y salgo a la cubierta, para ver a mi grupo. Los veo tan cercanos que todavía podemos hablarnos y oirnos. El saludo y la sonrisa nuevamente. Suena la sirena del barco anunciando la salida. Otra vez el saludo.
El barco, poco a poco, comienza a alejarse del muelle; cada vez aumenta la distancia, Veo que algunos sacan el pañuelo: yo también saco el mío intercambiando la despedida. Llega el momento en que sólo veo un grupo difuminado y unas cabezas diminutas como si fueran cabezas de alfileres.
Un compañero de los del grupo ha llevado su moto al muelle y, como está oscureciendo, enciende y apaga las luces en señal de despedida. Esto fue lo último que puedo ver. ¡Las ráfagas de luz de la moto!
Ese día no pude evitar unas lágrimas pensando en que tendrían que pasar cuatro

¡Qué reales y qué tristes son estas despedidas en barco!
El blues de la distancia llega y parte
me deja dos baladas y un deseo...