domingo, 23 de agosto de 2009

¡¡QUÉ ENCANTADORA MANERA DE VIVIR!!

Gandía (Valencia) tienen una playa extensísima: seis kilómetros de costa y una superficie de 700.000 metros cuadrados de arena. Aseguran que es la mejor playa del Mediterráneo. El paseo marítimo es también de grandes dimensiones, con un carril especial para bicicletas.
En la playa existen tres puntos preparados para atender las necesidades de las personas discapacitadas. Una necesidad que se impone cada vez más en nuestra sociedad: ofrecer a este colectivo tan olvidado la posibilidad de disfrutar de la playa.
En la arena tienen dispuestos varios pasadizos de madera con bastante anchura, adecuados para poder entrar con las sillas a las casetas y poder cambiarse.
Cerca de la orilla ponen las "sillas anfibias" y un expositor con muletas también anfibias de dos tipos de altura (véase la foto). A los enfermos más imposibilitados, se les introduce en el agua con la ayuda de unos monitores que pertenecen a la Cruz Roja.

Yo debo de estar bien, porque me recomendaron que utilizase la muleta en lugar de la "silla anfibia".

He pasado unos días estupendos: el tiempo y el agua de la playa nos han acompañado. Gente...: a “abarrotar”. Al pasear había que sortear los huecos: personas paseando, niños jugando y corriendo por la arena, vendedores ambulantes que se instalan cerca de la orilla (con mil ojos para esquivar la presencia policial)... Por cierto, no se de dónde salen tantos bolsos, tantas gafas y tantos trapos.
Una de las tardes, mi hermano Luis y Ana, su mujer, vinieron desde Altea en su barco, llamado “La tortuga veloz”. Al barco, no le faltaba de nada: dormitorio, cuarto de baño, ducha, mesa de comedor que se convertía en cama... Fue una pasada de las que uno no se olvida fácilmente. Dimos una vuelta por la costa de Gandía: la brisa del mar, el aire, el movimiento del barco, los peces que saltan y una cantidad enorme de medusas!!!
Al regreso tomamos un vino italiano en la bañera de la popa: éramos seis y cabíamos perfectamente: conversamos, chistes y hasta me hicieron bailar con mi “pata coja“. Aquí se me ocurrió pronunciar esta frase, que suelo decir desde que de pequeño vi una película de Tarzán en la que lo decían:
¡Que encantadora manera de vivir!
Derrochamos alegría por todas partes. Para concluir la velada, cenamos unas sardinitas, pulpo, calamares, chopitos en un chiringuito cerca del mar, oyendo el ruido de las olas. Así se nos hicieron las tantas de la noche. Nos despedimos después de dar una vuelta por el paseo marítimo.
Nosotros nos fuimos al hotel y ellos se fueron a su barco para dormir como si fuese un apartamento y salir temprano, de vuelta, rumbo a Altea.
Momentos tan felices como estos, se presentan pocas veces en la vida.

jueves, 13 de agosto de 2009

ME MARCHO A GANDÍA


Después de tanto tiempo sin poder ir a a la playa, este verano me marcho a Gandía: mejor dicho me llevan allí mi hija, su amigo y mi mujer (debo añadir con orgullo que también es mi enfermera). Y yo tan contento de poder viajar, ver la playa, las embarcaciones, la gente, los vendedores ambulantes... ¡Qué bello contemplar el mar, las olas!...
El traumatólogo nos aconsejó que anduviera por la orilla de la playa para rehabilitar mi pierna operada y hemos podido cumplir sus indicaciones.
Me llevan a un hotel al pie de playa, no tengo que conducir, me gestionan el papeleo del hotel, me llevan en palmitas, voy a mesa puesta... ¿Qué más quiero?
¡¡A vivir que son dos días (aunque los dos días pasaron hace tiempo)!!
En septiembre tendré citas con el nefrólogo, traumatólogo, oftalmólogo y más profesionales que trabajan para alargar mis días. Ese será el tiempo de las vacas flacas. Así es la vida y es como debemos aceptarla. “Hay que envejecer, porque es el único medio de vivir mucho más tiempo”
Saludos!!!

lunes, 3 de agosto de 2009

EL SABER NO OCUPA LUGAR

Ya se me había olvidado. Fue mi sobrino Fernando el que me recordó esta anécdota que sucedió hace mucho en el colegio de Novelda (Alicante). Todos los años por el verano organizábamos un cursillo preparatorio para aquellos chicos que deseaban venir al colegio como internos. Entre ellos vino mi sobrino Fernando. Al día siguiente de llegar los chicos, les hacía una foto a cada uno, colocándolos en fila en el patio. Yo estaba enfrente de ellos, con mi máquina fotográfica en mano y les mandaba que uno a uno se desplazaran de lado y se pusieran enfrente de mí y así:
Plafs, ¡uno!. Plafs, ¡otro!. Plafs, ¡otro!... Hasta terminar de hacer las fotos de carné.
Una vez terminadá la sesión fotográfica, subí a mi laboratorio para revelar los carretes. El laboratorio estaba situado en la terraza del colegio. Era una habitación sin ventanas donde tenía preparados todos mis artilugios fotográficos. Ese día no eché el cerrojo de la puerta. Al cabo de los minutos, se abrió la puerta sin previo aviso e instintivamente me salió un grito:
¡Eh, eh, eh,! ¡Que no se puedeeeeee! ¡¡¡Cierra la puerta!!
Quien fuera cerró la puerta y.... ¡Pies para que os quiero!
Para salir de mis dudas salí a ver quién era y qué quería. No logré verle, porque del susto tuvo que salir volando como el viento. Total, que me metí nuevamente en el laboratorio. Menos mal que me había pillado haciendo copias. Si hubiese sido el carrete hubiera sido insalvable.
Al día siguiente se me acercó mi sobrino y me dijo:
- ¡Tío, ayer quise hacerte una visita y me asusté mucho!
- ¡Así que eras tú! Recuerda llamar siempre a la puerta: el trabajo del fotógrafo no es compatible con la luz.

De joven me aficioné mucho a la fotografía. Un compañero, Julián Sola, me dijo que era muy fácil, me animó y me metí en ello: me dio unas normas y trabajé con él hasta que pude defenderme solo. Compré el proyector, cubetas y bandejas para blanco y negro... Este hobby me valió en el futuro para ocupar un puesto de trabajo en una fotocomposición de Artes Gráficas.
Se dice muchas veces que “el saber no ocupa lugar". Y Unamuno, en su día, añadió: "...pero ocupa tiempo".
¡Qué horas más bien aprovechadas pasé revelando fotografías! Nunca pensé que una afición, me serviría después para tanto.