domingo, 21 de marzo de 2010

VIVA LA SIESTA

En la vida existen varias formas de disfrutar: del sol, del aire que respiramos, de la naturaleza, del comer, del dormir, pero...: la siesta es un invento fuera de serie. Mejora la salud en general, la circulación sanguínea y además favorece mucho a la memoria.
Es imprescindible para los niños menores de cinco años y para los adultos siempre es recomendable pero corta, alrededor de veinte a treinta minutos.
En las reglas de San Benito se incluían las normas de guardar reposo y silencio en la “sexta hora” y de aquí proviene la “hora sexta latina“, es decir del mediodía, que normalmente es el momento de más calor.
También surgió la palabra “sextear” que después se deformó en “hacer la siesta”. En el refranero español existe uno que dice: “Si quieres matar al fraile, quítale la siesta y dale de comer tarde”.
Yo, siempre que he podido, he disfrutado de la siesta. Siendo estudiante me bastaba con poner las manos en un libro y apoyar la cabeza sobre las manos, diez o quince minutos.
Cuando trabajaba, disponíamos de una hora para ir al restaurante, manducar y volver. No era posible la siesta así que sólo podía echarla los fines de semana.
Ahora, de jubilado: “ancha es Castilla” y considero esta ocupación como una obligación de rigor e incluso a veces hago caso a Camilo José Cela, que decía de la siesta que había que hacerla “con pijama, Padrenuestro y orinal”.
Todos los días son buenos para gozar de una buena siesta:
-Si el día es soleado y caluroso, después de una buena comida, nada mejor que dejarse caer en la cama de una habitación fresquita y reconfortante.
-Que el día es oscuro, lluvioso y frío, con una buena manta el “sextear” es acogedor.
-Cuando el día ni es bueno ni malo: la mente está más sosegada, mejor todavía.
Dormir la siesta es una buena y sana costumbre de los españoles.
¡Un inventazo! ¡Vivamos y gocemos de ella!.

viernes, 5 de marzo de 2010

CARACOLES


- Tío, ¿te vienes a buscar caracoles con nosotros? -me dijo mi sobrino Paco.
Me pilló de sorpresa, pero no tardé mucho en decir que sí.
-Es por la noche: así que tendrás que estar preparado para no dormir.
- ¡No te preocupes! - le contesté.
La noche era propicia para ello según oí decir a los entendidos, aunque no era la época de caracoles. Los mejores son los que se cogen en abril, como dice el refranero español: “Los caracoles en abril, para mí. Los de mayo para mi amo. Y los de junio para ninguno”.
Mi sobrino me dio una lata de conserva para ir guardándolos y una linterna; lo mismo hizo con los demás del grupo.
Empezó el trabajo o mejor, el entretenimiento. Observé enseguida que, mientras mi sobrino (un experto en la materia) tenía diez caracoles en su haber, en mi lata sólo había dos. Pronto noté algo raro en los riñones y cada vez me costaba más el agacharme: tuve que guardar mi postura física, hasta que llegó el momento en que me convertí en un acompañante o más bien un turista nocturno con linterna en mano. Eso sí, hacía un fresquito muy saludable y la presencia de la luna fue un placer para la vista.
Fue una experiencia positiva, pero nunca más llegué a ofrecerme para esta labor. ¡Nunca he sido lo que se dice un hombre de campo!