lunes, 29 de diciembre de 2008

Agradecimiento

Hace 9 años que me jubilé por la edad. Trabajé durante 25 años en Gráficas Dehón, en Torrejón de Ardoz.
Al comienzo de la Navidad, mi compañero, también jubilado, me llevó a la comida de empresa que todos los años se celebra por estas fechas. Es reconfortante saludar a los antiguos compañeros, cambiar impresiones y mantener así la amistad y los gratos recuerdos. También recordamos a un compañero jubilado que no asistió por motivos de enfermedad. En definitiva. entre brindis y felicitaciones transcurrió la comida.
En estas fechas, a todos los jubilados no nos ha faltado la comida de empresa ni la típica cesta. Es un detalle por parte de la dirección y su equipo. Debemos agradecer y hacer público estos detalles, que a pesar de la crisis este año también nos han seguido ofreciendo. Es una prolongación de convivencia entre la empresa y el trabajador.
En la vida, desafortunadamente, estamos acostumbrados a ver más lo negativo que lo positivo y tal vez, como propósito del año que está por llegar, deberíamos de plantearnos una nueva filosofía.
Por último, sólo quería dejar constancia de mi agradecimiento a la empresa por la consideración que tienen con nosotros. ¡Gracias!

sábado, 13 de diciembre de 2008

Un chiste gracioso

Mis hermanos vivían en Lyon. Unas vacaciones decidí ir a hacerles una visita. Cierto día que salimos para ver la ciudad entramos en un área comercial muy concurrida para tomar algo. He de decir que a España, por aquel entonces, no había llegado ningún centro comercial de esas dimensiones.
Contando anécdotas, llegamos a los chistes y a mí se me ocurrió contar el siguiente:

Existía un convento de monjas distanciado del pueblo. En él habitaban religiosas, mayores y jóvenes. Estaban en tiempos de guerra y la superiora estaba muy preocupada, porque quería comunicar la triste situación a otro convento cercano a ellos. Se reunieron en consejo para decidir a qué religiosa podrían enviar para transmitir la noticia. Determinaron mandar a Sor Alicia, joven, decidida y simpática.
La religiosa, obediente, llegó al convento vecino y conversó con la M. Superiora, comunicándole el problema y les aconsejó que se dedicasen muy de lleno a la oración y a la penitencia.
Sor Alicia volvió al convento sana y salva. Todas, haciéndole corro, le preguntaban con ansiedad y misterio.
- ¿Cómo te ha ido?
- ¡Muy bien!. contestó Sor Alicia.
- ¿Has visto algún soldado? - preguntó una religiosa ya mayor.
- ¡Sí!
- ¡Aaaaaaaaaahhhhh! - gritaron asustadas.
- ¿Qué te dijo el soldado?
- Que me quitara la toca, porque quería verme el pelo.
- ¿Y tú que hiciste?
- Me la quité.
-¿Y tú qué le dijiste?
-Le dije que se bajara los pantalones.
-¡Aaaaaaaaahhhhh! - murmuraban todas a coro
- ¿ Y él qué hizo?
- Se los bajó.
- ¿Y tú que hiciste?
- Me remangué los hábitos y eché a correr,” porque una mujer con las faldas remangadas corre más que un hombre con los pantalones caídos”.

Ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja. Empezamos a reírnos hasta que fue aumentando tanto que no pudimos evitar las lágrimas. Las personas que nos rodeaban sin saber de qué iba, se miraban unas a otras y también se contagiaron.
Mi sobrina, de cinco años, y muy extrañada solo dijo, riendo a más no poder: Pero bueno, ¿qué os pasa?

sábado, 6 de diciembre de 2008

Estuve en diálisis

Todo empezó cuando me detectaron un pólipo en el recto. Tras la operación, tuvieron que ingresarme en el hospital y fue entonces cuando me detectaron una insuficiencia renal. Por ello tuve que someterme a unas sesiones de diálisis. Al principio tomé este tratamiento deportivamente, pero no fue así a medida que el tratamiento se iba alargando.
La diálisis comienza (si te toca por la mañana) con un madrugón, sobre todo para aquellos que viven a cierta distancia. El paciente ha de estar preparado una hora antes, para que la ambulancia tenga el suficiente margen de recorrido.
Después de recoger a todos los pacientes, llegamos al hospital, donde esperamos nuestro turno. Tienen preferencia aquellos que se dializan cuatro horas.
Lo primero que hacen es pesarnos. Esto es muy importante, porque la máquina se encargará de quitarnos todo aquello que llevamos de más.
Para recibir diálisis es necesario hacer un catéter cerca del corazón y así la sangre puede entrar y salir. Hay que permanecer bien acomodado en un sillón especial y en absoluto reposo. Durante tres o cuatro horas (depende del grado de enfermedad del paciente) sale la sangre y pasa a una máquina; en ésta se limpia y vuelve a entrar en el cuerpo del paciente por otra vía.
Este sistema de estar conectado por el catéter es en cierto modo algo peligroso, por lo cual pasado un tiempo, se vuelve a operar en el brazo para implantar una fístula, que consiste en la unión de la vena con una arteria. De esta forma la vena toma más grosor y la aguja puede penetrar con más facilidad.

A las 10,30 aproximadamente te ofrecen un bocadillo, que te sabe a gloria: puede ser jamón serrano, jamón york, lomo, etc… Con frecuencia, dos o tres veces, se acerca una de las enfermeras para controlar la tensión.
Por último, llega el momento de finalizar la diálisis: con mucho cuidado te desconectan y debes esperar a que la sangre coagule.
Al permanecer boca arriba conectado a una máquina, mirando al techo y alrededores, todo pasa por la mente: puedes ver la televisión, oír la radio, escuchar música, recordar vivencias o a familiares, dormir, rezar y, sobre todo, pensar. En definitiva: todo un caso.
Cuando la doctora me comunicó hace ya unos meses que me daba de alta y que por el momento no tendría que volver a diálisis, no me lo podía creer. Vi el cielo abierto.

lunes, 1 de diciembre de 2008

La cometa


Cuando era pequeño, formamos una pandilla de amigos de nuestra edad y, dependiendo de la estación del año, jugábamos a distintos juegos: a la pelota, a las canicas, a las chapas, al trompo, etc..
Otra pandilla distinta a la nuestra la componían los mozos del barrio (más mayores que nosotros) que vivían en la misma calle: entre ellos estaba Emilio “El Moro” (antes de subir a las tablas) y sus hermanos.
Cuando hacía aire, los mozos sacaban su cometas, cada uno de distintos modelos: en forma de estrella, de sol, de barco, de bacalao, etc…, y apostaban por aquella que lograra ir más lejos. A más hilo, más distancia alcanzaba.
Disfrutábamos cuando nos decían:
- ¡A ver! ¿Quién quiere enviar una carta?
- ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!
Es normal que, al juntarnos varios, todos queríamos ser los primeros. El juego consistía en tener un papel tamaño seis por seis, aproximadamente, hacerle un agujero en el medio, introducirlo en el hilo y el mismo aire se encargaba de subirlo poco a poco hasta llegar a los tirantes de la cometa.
No se podía abusar de los envíos, porque al llegar a dichos tirantes, podrían descompensar la estabilidad de la cometa. Era muy emocionante.
Para nosotros, los mozos fueron unos profesores, de tal forma que aprendimos a realizar nuestro propio juguete.
A mi padre en cierta ocasión le pedí que me comprara un ovillo de hilo para la cometa. Un día, cuando menos lo esperaba, al despertarme noté algo raro debajo de la almohada, metí la mano y ¡oh, sorpresa!: me encontré con el ovillo. Di un salto, salí corriendo y, con lágrimas de emoción, abracé a mi padre.
Son recuerdos que, a pesar del tiempo transcurrido, no se pueden olvidar.
Y es que en la vida, los pequeños detalles se convierten en los momentos más felices.