jueves, 18 de febrero de 2010

EMILIO EL MORO


Vivíamos en la misma calle, en Melilla, uno frente a otro. No llegué a compartir juegos con él, porque era unos años mayor que yo: era uno de los mozos a los que nosotros, niños aún, admirábamos.
En su familia eran muchos hermanos y los mayores empezaron a trabajar juntamente con su padre en la rama de la pintura. Siendo muy pequeño ya era pintor de brocha gorda.
En los ratos libres Emilio, junto a sus hermanos, comenzó a tocar la guitarra, que se oía en toda la calle. A los 15 años ya ganó un concurso en la ciudad, cantando flamencos y soleares. Se presentó con la canción “La niña de fuego”cantándola con acento marroquí. Después se fue a Madrid con una barba postiza, chilaba, babuchas y fez rojo (gorro clásico moruno). Más tarde, cuando adquirió fama, se vistió de paisano sin dejar su ya típico gorro. Interpretó todos los éxito de la música de su tiempo, medio en serio medio en guasa. Su estilo resultó novedoso. No había otro que le igualara en su género.
Es de admirar el mérito de esta persona que sin haber aprendido música, hacía sonar la guitarra colocándola sobre su espalda. Salió adelante, ayudando a su familia y haciéndose querer por todos. Fue una persona con una gran filosofía de la vida.
Una vez coincidimos en Madrid. Me ofreció unas entradas para asistir a su espectáculo “Congreso del Humor”, que se celebraba en la explanada de la Plaza las Ventas, donde tenía montada la carpa. Un compañero y yo fuimos a verle. Me llamó la atención el orden y la precisión que ponía en los más mínimos detalles para que todo saliera bien.
Sus últimos años los pasó, en su mayor parte, en su casa de campo que tenía en Orito (Alicante). Su segundo hijo cursó estudios en el colegio Dehón de Novelda, y por ello tuvimos la suerte de verle en alguna que otra fiesta en el salón de actos del colegio, donde entretuvo a alumnos y profesores con sus chistes y parodias.
Murió en Orito en el 87, en un desafortunado accidente por una explosión de gas.
Al hacer esta entrada, siento que le estoy dando un fuerte abrazo, tal y como hice la última vez que le vi.
¡Que allá donde esté, alegre a todos con sus canciones y parodias!
Os dejo la dirección de un video, por si tenéis tiempo y queréis pasar un buen rato:






Como buen melillense, pongo aquí también la letra de una canción que, al igual que otros cantantes, dedicó a nuestra tierra:


VIVA MELILLA
Cómo me acuerdo de ti
ay barquito melilllero
como me acuerdo de ti
vine a España sin dinero
y camuflado en un botiquín
con la bata de un barbero

En toa el África del norte
no hay un pueblo como el mío.
Se llama Melilla solo
no le hace falta apellio
Entre pitas y chumberas,
carne de borrego y lana
mi pueblo es lo más bonito
de toda la costa africana

Ay cuando la luna clara
ay brilla en el mundo,
brilla en el mundo
son estrellitas rojas
son estrellitas rojas
los higos chumbos,
los higos chumbos
los higos chumbos, que cogemos allí
sin guantes uno por uno.

Como tú no existen dos
¡ay monte del Gurugú!
Tus castillos son dos jorobas
parecen desde Nador

Desde Melilla a Frajana
hay cuatro leguas
vente niña mañana
con la merienda
Yo pongo el agua,
pongo el camello
yo vendré en la joroba
y tú en el cuello
llevan las olas
y hasta la orilla
un letrero que dice
“Viva Melilla”

jueves, 4 de febrero de 2010

EL CHICHÓN


No es la primera vez que cuento aquí alguna anécdota sobre percances de tráfico. No es que haya sido un loco al volante, pero reconozco que hubo unos años, cuando era joven, en los tuve algún que otro problemilla con el coche o con la moto. Hoy quiero contar uno de ellos.
Hacia los años 60, estando en Alba de Tormes (Salamanca) cogí el coche para dar una vuelta y hacer prácticas. Hacía más de un mes que me había sacado el carnet y tenía muchas ganas de conducir, algo normal en estos casos.
Teníamos una furgoneta opel antigua. Salí después de comer y cogí la carretera en dirección a Galinduste. Estaba sin asfaltar. Por las proximidades de Éjeme vi una recta muy pronunciada y dije: ¡Esta es la mía!
Apreté el acelerador y como noté que se lanzaba mucho, frené bruscamente (mal hecho). En poco tiempo me vi envuelto en una nube de polvo y a mi alrededor, las cosas que llevaba en la guantera. ¡Una verdadera catástrofe! Tuvieron que ser por lo menos cinco o seis vueltas de campana. Gracias a Dios no hubo árboles por medio, ni coches que vinieran de frente.
Llegué al colegio por mi propio pie. Los compañeros, asustados, me preguntaban: "¿Cómo ha sucedido?" "¿Qué te ha pasado?".
Yo sólo dije: "¡Nada, ha sido falta de pericia!"
Se hizo de noche y me metí en la cama con el susto en el cuerpo. Me vino a la memoria el cántico latino: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu…..” y añadí para mi interior: ¡y mi pellejo! Dicho esto, me di media vuelta, me llevé la mano a la cabeza y ¡oh, sorpresa!: tropecé con un gran chichón, que ahí estaba, dando testimonio, “¡tan calladico!”.