Como todos los días y por recomendación del médico, salí por la mañana a andar y, de paso, a comprar el pan. Me encontré con un vecino y al decirle que iba a comprarlo comenzamos a hablar sobre el pan. Él es de la provincia de León y me comentaba lo bueno que es el pan de su tierra. También comentamos lo ricas que están las fabes de Asturias, de donde es su mujer. A nuestro lado había un grupo de chavales de un colegio cercano que habían salido al recreo. Uno de ellos, al terminar de beber la coca-cola, tiró la lata a la papelera queriendo “encestar,” con tan mala fortuna que pegó en el bordillo de la papelera y la lata saltó a la calzada, que no suele estar muy transitada porque únicamente lleva a una plaza. Mi amigo y yo nos quedamos viendo al grupo, que permanecía inmóvil. Miré hacia ellos sin mostrar cara de enfado, dejé a mi amigo y me dirigí a la lata, me agaché apoyado en el bastón, cogí la lata con dificultad y la deposité en la papelera. Algunos del grupo aplaudieron y otros levantaron el dedo pulgar en señal de aprobación. Me dirigí hacia ellos tranquilamente y les dije: Nunca olvidéis que: “No aprendemos de la escuela, sino de la vida”.
El culpable bajó la cabeza reconociendo su mala actuación.“ No se puede enseñar nada a un hombre; solo se le puede ayudar a encontrar la respuesta dentro de sí mismo “
(Galileo Galilei)