miércoles, 20 de abril de 2011

LAS MANOS

Las manos, juntamente con la cara, son las partes más importantes de nuestra vida corporal. Son el principal órgano con el que manipulamos; son capaces de desempeñar muchas funciones: tocar, sentir, acariciar... Son una parte vital porque definen quiénes somos y cómo nos vemos a nosotros mismos. Las manos hablan, tienen un lenguaje propio, su lengua es universal y no me refiero a las personas que por su enfermedad emplean el lenguaje de los signos.
No nos damos cuenta del valor de las manos hasta que hemos sufrido una enfermedad o hemos tenido un accidente.

Si, sentados, ponemos las manos hacia arriba apoyadas en las rodillas y reflexionamos sobre ellas, puede que nos quedemos sorprendidos de lo que han hecho o de lo bueno que han dejado de hacer.
Las manos pueden sembrar…
Las manos pueden echar redes…
Las manos puede atender a los demás…
Las manos pueden orar…
Las manos pueden perdonar…
Al final de nuestra trayectoria deberíamos vernos satisfechos de haber hecho un buen trabajo presentándonos con las manos llenas de buenas obras.


“Quien siembra escasamente, cogerá escasamente y quien siembra a manos llenas, a manos llenas cogerá” (2ª Carta a los Corintios 9:6)

sábado, 9 de abril de 2011

EL PERDÓN





Todos los días tenemos la oportunidad de ejercer la comunicación, de hablar, saludar…

Cuando las personas están de acuerdo todo va sobre ruedas, la convivencia conforta y agrada. Todo son halagos, parabienes y palmaditas en el hombro. Sin embargo, no podemos evitar que dos contrincantes expresen opiniones totalmente opuestas acerca de un mismo tema, sin que ninguno de ellos dé su brazo a torcer. Cuando se nos presenta esta particularidad, que los dos quieren tener la razón, podemos llegar a la agresividad, al insulto y en algunos casos las cosas puede ir más lejos... Si esta circunstancia no se zanja a su debido tiempo, ocurre lo mismo que con la bola de nieve, que al rodar cada vez más por la pendiente de la montaña, aumenta de volumen y es muy difícil parar su trayectoria. Con los sentimientos pasa lo mismo: aumenta el odio y corremos el riesgo de estar separados para el resto de nuestra vida. Lo más cuerdo es armarse de valor y pedir perdón. No es fácil, lo sé, pero una vez realizado este acto de contricción, nos hacemos más fuertes, encontramos un alivio espiritual y psíquico, nos regalamos tranquilidad y ánimo. La sensación es la de quitarnos una losa pesada de encima. Es una oportunidad para encontrar la felicidad que se apoyará en el verdadero perdón y en el amor a nosotros mismos y a los demás. No debemos desaprovechar ningún momento para pedir perdón y para perdonar.

Alejandro Casona dijo: “El perdón es una palabra que no es nada, pero que lleva dentro semillas de milagro”.