¡Qué cosa más estupenda, divertida y práctica es la bicicleta! Todos hemos dado unos primeros pedaleos, ayudados por nuestro padre, madre, hermanos o algún amigo.
En los años de mi niñez, era muy difícil montar en bicicleta, porque había muy pocas. Teníamos que alquilarlas.
Un día estábamos jugando seis amigos en un frontón y vino un compañero, para nosotros “afortunado” porque tenía bicicleta. El compañero, bonachón y afable, nos invitó a todos a probarla dando una vuelta cada uno, cosa que, naturalmente, todos estábamos deseando. Nos pusimos en fila y esperamos nuestro turno.
En la parte contraria a la pared del frontón existía un desnivel de medio metro. Empezábamos la salida desde este sitio, es decir, desde el opuesto a la pared. Dábamos la vuelta y volvíamos. Así pasamos nuestra diversión, muy distinta a la de otros días.
Cuando me tocó a mí, el trayecto de ida fue normal, giré al llegar a la pared y todo bien. A la vuelta me embalé, miré al grupo y exclamé varias veces a voz en grito para llamar su atención: ¡¡Qué mecha!! ¡¡Qué mecha!!
No calculé la frenada y me encontré de repente con el desnivel. Ya no hablé más. Callé la boca. Di varias vueltas de campana y vi estrellas raras, que no eran las del firmamento. Cuando creí que ya todo había terminado, sentado en el suelo, sentí un golpetazo en la cabeza que me produjo un chichón: era una de las ruedas, que voló.
Durante algún tiempo, mis compañeros, en plan de guasa, me saludaban diciendo:
En los años de mi niñez, era muy difícil montar en bicicleta, porque había muy pocas. Teníamos que alquilarlas.
Un día estábamos jugando seis amigos en un frontón y vino un compañero, para nosotros “afortunado” porque tenía bicicleta. El compañero, bonachón y afable, nos invitó a todos a probarla dando una vuelta cada uno, cosa que, naturalmente, todos estábamos deseando. Nos pusimos en fila y esperamos nuestro turno.
En la parte contraria a la pared del frontón existía un desnivel de medio metro. Empezábamos la salida desde este sitio, es decir, desde el opuesto a la pared. Dábamos la vuelta y volvíamos. Así pasamos nuestra diversión, muy distinta a la de otros días.
Cuando me tocó a mí, el trayecto de ida fue normal, giré al llegar a la pared y todo bien. A la vuelta me embalé, miré al grupo y exclamé varias veces a voz en grito para llamar su atención: ¡¡Qué mecha!! ¡¡Qué mecha!!
No calculé la frenada y me encontré de repente con el desnivel. Ya no hablé más. Callé la boca. Di varias vueltas de campana y vi estrellas raras, que no eran las del firmamento. Cuando creí que ya todo había terminado, sentado en el suelo, sentí un golpetazo en la cabeza que me produjo un chichón: era una de las ruedas, que voló.
Durante algún tiempo, mis compañeros, en plan de guasa, me saludaban diciendo:
¡¡Qué mecha!! ¡¡Qué mecha!!
1 comentario:
jaja que bueno!!!! pero como quedó la bicicleta y su dueño??
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