A raíz de una entrada sobre el cine que leí en el blog de Kary http://muchokary.blogspot.com/, simpática bloguera de Novelda, me vino a la mente un recuerdo de cuando tenía 10 años y estaba en Melilla.
Cada quince días normalmente mi padre nos llevaba al cine más próximo que teníamos en el barrio. Éramos tres hermanos y una niña que, por aquel entonces, tenía muy pocos años. Sabíamos que nuestro padre disfrutaba un montón cuando nos llevaba al cine. Mi madre se quedaba en casa haciendo labores y cuidando de mi hermana pequeña.
Cada quince días normalmente mi padre nos llevaba al cine más próximo que teníamos en el barrio. Éramos tres hermanos y una niña que, por aquel entonces, tenía muy pocos años. Sabíamos que nuestro padre disfrutaba un montón cuando nos llevaba al cine. Mi madre se quedaba en casa haciendo labores y cuidando de mi hermana pequeña.
Durante un tiempo, los domingos por la mañana proyectaron en el cine Monumental, que era el más importante por aquel entonces, la película “Blancanieves y los siete enanitos”. Algunas veces me vino la idea de ir a verla yo solo. Hasta que una vez no pude vencer la tentación y me decidí a ir. Me armé de valor; me creía ya todo un hombre. Así que un domingo, después de ir a la misa de la catequesis, anduve hasta el centro de la ciudad, unos cuatro kilómetros.
Es normal que a esa edad no se vaya de paseo, más bien se va de prisa o corriendo. Bajé la escalera del Tesorillo, fui paralelo a la vía del tren, pasé el Hogar de los Ancianos (conocido como “La gota de leche”) y en seguida ya estaba en el centro.
Me puse en la cola para sacar la entrada, que costaba 6o céntimos. La película me gustó, y más por la hazaña que había hecho para verla.
Salí de la sala camino a casa, dándole vueltas a la cabeza pensando cómo iba a responder en el caso de ser interrogado por mis padres: “Les diré que estuve en la calle de abajo, jugando con los compañeros”.
No se me ocurrió otra cosa. Nos sentamos a la mesa para comer y no tardó mucho en oírse la frase;
- ¿Dónde has estado?
Me dio un escalofrío y tardé unos segundos en hablar.
- He estado en la calle de….
No pude terminar la frase, porque mi madre me cortó diciéndome:
- ¡¡Dime la verdad!!
Pasé unos momentos de silencio y no tuve el valor de mentir. Nunca lo he tenido.
- ¡En el cine! – contesté.
Mi padre y mi madre se quedaron mirándose el uno al otro y exclamaron a la vez:
- ¡¡Al cine!!
-¿Con quien has ido? – me preguntó mi madre.
- ¡Solo!
- ¿Cómo que solo? - dijo mi padre levantándose de la mesa y haciendo ademán de sacarse el cinturón.
Mi madre saltó rápida del asiento, diciéndole:
- ¡Déjalo, José! ¿No ves que tu hijo está diciendo la verdad? ¡No debes castigarle!
Se me saltaron las lágrimas al ver la incipiente pelea entre mis padres y porque me sentía culpable por mi mala conducta. Al final, nos tranquilizamos todos y empezamos a comer en un silencio un tanto incómodo.
Ese día aprendí una buena lección difícil de olvidar y es que ahora de mayor, pienso en la verdad de esta sentencia latina: “Non scholae, sed vitae discimus”.
Es normal que a esa edad no se vaya de paseo, más bien se va de prisa o corriendo. Bajé la escalera del Tesorillo, fui paralelo a la vía del tren, pasé el Hogar de los Ancianos (conocido como “La gota de leche”) y en seguida ya estaba en el centro.
Me puse en la cola para sacar la entrada, que costaba 6o céntimos. La película me gustó, y más por la hazaña que había hecho para verla.
Salí de la sala camino a casa, dándole vueltas a la cabeza pensando cómo iba a responder en el caso de ser interrogado por mis padres: “Les diré que estuve en la calle de abajo, jugando con los compañeros”.
No se me ocurrió otra cosa. Nos sentamos a la mesa para comer y no tardó mucho en oírse la frase;
- ¿Dónde has estado?
Me dio un escalofrío y tardé unos segundos en hablar.
- He estado en la calle de….
No pude terminar la frase, porque mi madre me cortó diciéndome:
- ¡¡Dime la verdad!!
Pasé unos momentos de silencio y no tuve el valor de mentir. Nunca lo he tenido.
- ¡En el cine! – contesté.
Mi padre y mi madre se quedaron mirándose el uno al otro y exclamaron a la vez:
- ¡¡Al cine!!
-¿Con quien has ido? – me preguntó mi madre.
- ¡Solo!
- ¿Cómo que solo? - dijo mi padre levantándose de la mesa y haciendo ademán de sacarse el cinturón.
Mi madre saltó rápida del asiento, diciéndole:
- ¡Déjalo, José! ¿No ves que tu hijo está diciendo la verdad? ¡No debes castigarle!
Se me saltaron las lágrimas al ver la incipiente pelea entre mis padres y porque me sentía culpable por mi mala conducta. Al final, nos tranquilizamos todos y empezamos a comer en un silencio un tanto incómodo.
Ese día aprendí una buena lección difícil de olvidar y es que ahora de mayor, pienso en la verdad de esta sentencia latina: “Non scholae, sed vitae discimus”.
Fachada del cine Monumental de Melilla
5 comentarios:
Qué de anécdotas tan divertidas!! Desde luego que... eres una auténtica caja de sorpresas. Besos!
Hola Zamarat:
Si soy una caja de sorpresa,no lo sé.Es la priemera vez que me lo dicen.Lo que si te puedo asegurar
es,que disfruto"un montón" recordando anécdotas,como si fuera el abuelito que cuenta sus batallas.
Besinos, como dicen los asturianos
Que gratos recuerdos!!!!!!!
Para mi, fue la mejor
época de mi vida,la de la infancia, en la que una aún no sabia nada de todo lo que deparaba la vida.
Y desde luego que estoy contigo Manrique, “que no aprendemos de la escuela, si no de la vida” bien cierto es, aprendemos de las experiencias y sobre todo de las malas.
Pero ante todo que bonito, poder recordar esas divertidas y curiosas anécdotas.
Siempre es un placer poder leer tus encantadoras historias.
___Un beso hasta otra.
Gracias Marga,por abrir mi blog.
Sabes que me entretiene y al mismo tiempo me hace feliz.
Espero seguir con este tema,siempre que me encuentre bien
Un saludo y un beso.
Hola Manrique, que gratos recuerdos los de tu infancia, me gusta leerte.
Se aprende de la vida día a día y siempre empezando desde dentro de casa.
Lo mal que te sentirías viendo a tus padres en esa situación por tu culpa.
Besos
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