En todos los tiempos de estudiantes ocurren anécdotas, bromas, chascarrillos, novatadas, etc. Diversiones que constituyen una parte de nuestra vida alegre y juvenil.
Cuando yo estudiaba, teníamos un profesor muy singular. Llevaba sus apuntes, que conservaba muy cuidadosamente y cada cierto tiempo daba golpetazos con los folios para ponerlos parejos y evitar que ninguno de ellos estuviese fuera del sitio correspondiente. Comenzaba y terminaba como si se tratara de una clase de dictado, poniendo el máximo interés en que ningún alumno se quedara con lagunas. Una de la veces se le escapó “coma” y se le notó el arrepentimiento de este lapsus.
Los compañeros normalmente nos poníamos en los mismos sitios. Como yo no fumaba, tenía la costumbre de llevar unas chuches, caramelos en forma de garbanzos, de alubias, de aceitunas, altramuces, etc, a los que llamábamos “chinarrillas”. Durante la clase, con mucho disimulo, me metía la mano en el bolsillo izquierdo y sacaba la bolsita mientras seguía escribiendo. Repartía al compañero de la derecha y después al de la izquierda y al que estaba delante le daba unos golpecitos en la espalda y al instante aparecía la mano izquierda sobre el hombro derecho en posición de recibir; cogía la golosina y, sin mirar, iba derecho a la boca. Esta operación la hacíamos los días que teníamos esta clase; “este dictado”.
Una vez terminada la clase, el que estaba delante después de darme las gracias, dijo inocentemente:
"Algún día me dais una cagarruta y no me entero”
Mi compañero y yo cruzamos la mirada coincidiendo con la misma idea. Cuando se fue el compañero, dijimos a hurtadillas:
“¡Se lo vamos a hacer! ¡ Se lo vamos a hacer!”
Pasada una semana repitiendo los mismos actos, fuimos al corral, donde había gallinas y conejos, cogimos dos o tres cagarrutas, las rebozamos con un poco de azúcar e hicimos una imitación otra golosina real, sobre todo que se notara en el tacto.
Llegó el día de la prueba. Primeramente le ofrecí una golosina buena. La operación se realizó como de costumbre. En la segunda entrega iba el obsequio trampa. Repetidos los mísmos movimientos pasados dos segundos, se oyó un ruido extraño, como de rechazo. Sin exagerar, para no alarmar el ambiente, con la mano izquierda sacó de la boca el objeto dañino, tirándolo al suelo. Al terminar la clase, el compañero se defendía diciendo que no lo había mordido. Mi compañero, el que había sido cómplice, recogiéndolo del suelo observó que había hincado el diente. La broma tuvo su humor generalizado y hasta la misma víctima, persona muy campechana, participó de las risas, que duraron su tiempo.
1 comentario:
jaja, no me lo imagino..., qué fuerte!!! oye de jovencito eras de aupa, seguro que tienes algún nieto que ha sacado tus genes, jeje.
besos
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