Uno de los juegos que más me gustaba cuando tenía doce años era bailar la peonza y entretenerme con los amigos. Mi padre me compró una de madera de pino, de color rojo, muy llamativa.
El juego consistía en hacer una circunferencia (a la que llamábamos “olla”) y echábamos a suertes quién salía el primero. Había que bailar el trompo (nosotros lo llamábamos así y no “peonza”) dentro de la circunferencia y salir de ella. Si el trompo, al ser lanzado, no bailaba o no salía de la olla, tenía que permanecer en el centro de la circunferencia a la espera de que otro compañero lo sacara de ella. Y así pasábamos horas y horas, hasta que una voz lejana, de alguna de las mamás decía: ¡Juanitoooo!
Ya lo habíamos comprobado: cuando mejor lo estábamos pasando y más emocionante seguía el juego, se oía la voz desagradable…:
¡A comeeeeeeeeer!
Un día, salí temprano con mi trompo todo orgulloso. Vino un chico de la calle de abajo con otro trompo de peor calidad, de madera de chopo y muy
usado. Me pidió “probar mi trompo” y él me dejó el suyo. Lo bailaba, lo cogía y así estuvo varias veces. Poco a poco se iba distanciando de mí, hasta que llegó la vuelta de una esquina y echó a correr. Ya no le vi más. Me quedé sin trompo y sin saber qué decir en casa. Dije la verdad muy compungido. Nunca se me olvidó la cara de disgusto que pusieron mis padres.
Mi madre en varias ocasiones me decía que “de lo negativo había que sacar algo positivo”. Yo saqué un berrinche.
El juego consistía en hacer una circunferencia (a la que llamábamos “olla”) y echábamos a suertes quién salía el primero. Había que bailar el trompo (nosotros lo llamábamos así y no “peonza”) dentro de la circunferencia y salir de ella. Si el trompo, al ser lanzado, no bailaba o no salía de la olla, tenía que permanecer en el centro de la circunferencia a la espera de que otro compañero lo sacara de ella. Y así pasábamos horas y horas, hasta que una voz lejana, de alguna de las mamás decía: ¡Juanitoooo!
Ya lo habíamos comprobado: cuando mejor lo estábamos pasando y más emocionante seguía el juego, se oía la voz desagradable…:
¡A comeeeeeeeeer!
Un día, salí temprano con mi trompo todo orgulloso. Vino un chico de la calle de abajo con otro trompo de peor calidad, de madera de chopo y muy
usado. Me pidió “probar mi trompo” y él me dejó el suyo. Lo bailaba, lo cogía y así estuvo varias veces. Poco a poco se iba distanciando de mí, hasta que llegó la vuelta de una esquina y echó a correr. Ya no le vi más. Me quedé sin trompo y sin saber qué decir en casa. Dije la verdad muy compungido. Nunca se me olvidó la cara de disgusto que pusieron mis padres.
Mi madre en varias ocasiones me decía que “de lo negativo había que sacar algo positivo”. Yo saqué un berrinche.
3 comentarios:
yo también he jugado mucho a la peonza, hoy en día estos niños no saben ni lo que es.
Qué inocente cuando te quitó la peonza, no echaste a correr tras él??jajaja
besos
Y yo, aunque nosotros le llamabamos "txiva", la verdad que no se de donde viene este nombre, y jugabamos a la manera que tu explicas. Me acuerdo que la punta la haciamos con un tornillo bien pulido y bien metido hasta el fondo.
Tambien eran tiempos de "canicas" o "gua" como le llaman en algunos sitios y las mejores eran las canicas de "pi-pi.
Un saludo y encantado de conocerte.
Muchas gracias a los dos por vuestros comentarios.
Kary: Me quedé tan sorprendido que no pensé en alcanzarlo.
Gildo:Yo también jugué al guá; decían de mí que tenía mucho "tarto" es decir, que tenía mucha puntería.En cuanto a la peonza, a mí me salió una herida en la palma de la mano de tanto cogerla.Y tenía los dedos indice y pulgar gastados de tanto liar la peonza.
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