Cuando estuve en el colegio de Puente la Reina (Navarra) en 1974, cursando el bachiller, todos los meses teníamos programada una excursión.
La primera que hice se me ha quedado muy grabada en la mente. El día nos acompañó: era de esos días que sin salir el sol se estaba muy a gusto en la calle. El lugar señalado para pasar el día fue en una explanada por donde pasaba un riachuelo, entre Mendigorría y Larraga.
Como leyenda, un compañero me contó durante la construcción de la iglesia del pueblo de Mendigorría escaseó el agua y por ello tuvieron que terminarla empleando vino.
Yo no estaba acostumbrado a andar tanto, circunstancia poco agradable a la que tuve que hacer frente además del frío.
Una vez llegado al sitio indicado ya fue otra cosa porque empezamos a jugar y a entretenernos a lo grande.
Lo que más me llamó la atención fue que la comida la transportaron los compañeros mayores, guiando el carro tirado por un caballo, al que llamábamos Felipe. Era el único vehículo que tenía el colegio para uso y trabajo en la huerta. Traían todos los ingredientes y artilugios para hacer una paella. Ni qué decir tiene que la paella fue toda una obra de arte. Aunque, por una razón o por otra tardó un poco en hacerse. Yo creo que fue que el estómago corrió más de la cuenta y el buen olor ayudó en parte a que la hambruna fuera en aumento.
Después de un descanso prudencial, había que pensar en el regreso. Todo preparado y en marcha. Ya sabemos todos que en estos eventos y situaciones parecidas no es igual el ir que el volver… pero llegamos.
En el colegio, el prefecto de disciplina, se encargaba cada trimestre de distribuir a los alumnos algunos trabajos u oficios para la buena marcha del internado: enfermería, sacristía, ropero, campanero, aguador, comedor, servicios, etc. Por aquel entonces en el colegio no teníamos agua potable. Había que traerla de un aljibe situado en la Alcolea de Arregui, próxima al colegio. Una de las veces, me encomendaron este servicio. Había que salir un poco antes de la comida provisto de una especie de marco realizado en madera que sujetaba los cubos. Teníamos que meternos dentro del marco y coger un cubo en cada mano. De esta forma se evitaba que la carga rozara las piernas. El trabajo no era gravoso, más bien divertido. Pasado algún tiempo, otro compañero tomó el relevo.
Sin embargo, el oficio que más me gustó, fue el de campanero. Había que subir a la torre de la iglesia. Se trataba de bandear la campana todos los días a las 12 (hora del ángelus). Frente al campanario existía una montaña cultivable (ahora han construido viviendas).
Una de las veces mientras estaba tocando, vi a un labrador que había parado su trabajo, descubierta la cabeza, boina en mano, rezando el Ángelus. Desde aquel entonces, a mi corta edad, me consideré una persona importante pensando que mi labor servía para algo.
La primera que hice se me ha quedado muy grabada en la mente. El día nos acompañó: era de esos días que sin salir el sol se estaba muy a gusto en la calle. El lugar señalado para pasar el día fue en una explanada por donde pasaba un riachuelo, entre Mendigorría y Larraga.
Como leyenda, un compañero me contó durante la construcción de la iglesia del pueblo de Mendigorría escaseó el agua y por ello tuvieron que terminarla empleando vino.
Yo no estaba acostumbrado a andar tanto, circunstancia poco agradable a la que tuve que hacer frente además del frío.
Una vez llegado al sitio indicado ya fue otra cosa porque empezamos a jugar y a entretenernos a lo grande.
Lo que más me llamó la atención fue que la comida la transportaron los compañeros mayores, guiando el carro tirado por un caballo, al que llamábamos Felipe. Era el único vehículo que tenía el colegio para uso y trabajo en la huerta. Traían todos los ingredientes y artilugios para hacer una paella. Ni qué decir tiene que la paella fue toda una obra de arte. Aunque, por una razón o por otra tardó un poco en hacerse. Yo creo que fue que el estómago corrió más de la cuenta y el buen olor ayudó en parte a que la hambruna fuera en aumento.
Después de un descanso prudencial, había que pensar en el regreso. Todo preparado y en marcha. Ya sabemos todos que en estos eventos y situaciones parecidas no es igual el ir que el volver… pero llegamos.
En el colegio, el prefecto de disciplina, se encargaba cada trimestre de distribuir a los alumnos algunos trabajos u oficios para la buena marcha del internado: enfermería, sacristía, ropero, campanero, aguador, comedor, servicios, etc. Por aquel entonces en el colegio no teníamos agua potable. Había que traerla de un aljibe situado en la Alcolea de Arregui, próxima al colegio. Una de las veces, me encomendaron este servicio. Había que salir un poco antes de la comida provisto de una especie de marco realizado en madera que sujetaba los cubos. Teníamos que meternos dentro del marco y coger un cubo en cada mano. De esta forma se evitaba que la carga rozara las piernas. El trabajo no era gravoso, más bien divertido. Pasado algún tiempo, otro compañero tomó el relevo.
Sin embargo, el oficio que más me gustó, fue el de campanero. Había que subir a la torre de la iglesia. Se trataba de bandear la campana todos los días a las 12 (hora del ángelus). Frente al campanario existía una montaña cultivable (ahora han construido viviendas).
Una de las veces mientras estaba tocando, vi a un labrador que había parado su trabajo, descubierta la cabeza, boina en mano, rezando el Ángelus. Desde aquel entonces, a mi corta edad, me consideré una persona importante pensando que mi labor servía para algo.
Cambian los tiempos, las personas y las cosas. Nos causa cierta tristeza a los que hemos vivido tiempos remotos, ver como eliminan “cosas” que en algún momento nos han dado emoción y alegría.
11 comentarios:
Un encanto escuchar tus andares de joven.
Si a veces dejo venir recuerdos gratos, sólo gratos, de mi ayer (bastante extenso por mis años).
Pero lo dejo tal vez para mañana así sucesivamente, si es que aún estoy, me hamacaré en mi sillón y charlaré con los nietos.
Cariños
Tiene que ser divertido, eso de tocar las campanas.
Me encanta el cuadro que has puesto al final: el "Angelus" de Millet. Me trae recuerdos de mi infancia, cuando lo contemplaba en casa de mi abuela.
Besos!
hermosa historia, siempre tenemos esos recuerdos y cuando volvemos al lugar todo cambio, pero en nuestra mente sigue igual. Susana
Bonita historia, como siempre!!
es un placer pasar a verte.
pero lo más interesante, es lo que
dices al final, pues es cierto
a mi también me produce mucha
tristeza que eliminen "cosas" que
nos dieron unos momentos
de felicidad.
______Un beso.
Hola Manrique
Enhorabuena por el blog (una sorpresa Manrique bloguero), la verdad es que es un gusto leerte.
Cuando me lo comentaste el sábado pasado, no sabía de que estarías escribiendo, y la verdad es que los 3 o cuatro "posts" que he leido hasta ahora me parecen geniales.
Un abrazo (Karmele)
Abuela ciber,Zamarat,Abu su, Marga y Rauldeandres.
Debo de agradeceros a todos los que
habéis entrado en el blog y os habéis y entretenido.
Disfruto ahora en mi jubilaíón,
cosa impensable de realizar cuando estaba en activo.
La comunicación me crea una gran
satisfacción
Besos y abrazos
Hola. Me embeleso oyendo historias del pasado a personas mayores como yo. Es un placer pasar por aquí.
Saludos y gracias por tus visitas al blog de josefa.
Querido Paco, felicitarte por este espacio, a mi tambien me gusta escuchar(en este caso leer) los recuerdos vividos de ayer, resulta muy agradable, conocer de primera mano las costumbres de hace años.
Un beso, Macu
Gracias por compartir tus recuerdos, llegué por una máxima que escribiste en un blog amigo y me ha encantado encontrarme con tus palabras, desde México, un saludo amigo!
A mí también me encantan las canciones rancheras!
Manrique
Te deseo un fin de semana que colme tus sueños!!!
Cariños
hola Manrique, cuanto tiempo sin pasar por aquí, perdón, me ha encantado tu historia, bueno todas me gustan,eres un buen narrador.
Yo recuerdo en mi casa en la radio la hora del angelus, decía algo así: "es la hora del angelus" y a continuación una musica muy agradable.
besos
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